Era un tranquilo y alegre pueblo de la provincia de Sevilla allá por los años cincuenta y sesenta en el que se convivía pacíficamente, salvo cuando tocando las fiestas religiosa, llegaban las fiestas de sus dos vírgenes, en Agosto y Octubre. La rivalidad que se respiraba, en esta tierra tan dual era mayúscula, si una hermandad traían dos bandas de música la otra traía tres, si una tiraban diez docena de cohetes, la otra tiraban doce. Etc., Etc.…
Lo peor era que el grado de hostilidad crecía hasta en las familias, hermanos, novios, matrimonios, era difícil el convivir en paz por esas fechas. Hasta que el cura, el pastor, vio que su rebaño se dividía y viendo que aquello no era muy cristiano, tuvo que tomar drásticas medidas, tomó la decisión, y con valor para enfrentarse a esos fanáticos feligreses y decidir que ningunas de las dos mencionadas hermandades salieran a la calle. Esta decisión fue también aconsejada desde Palacio Arzobispal concretamente por el Cardenal Bueno Montreal.
Tan valerosa decisión le supuso muchos malos momentos al sacerdote, amenazas, criticas, en la que peligraba su salud, ya que se ponía en contra de todo el pueblo y su mensaje de paz y unión no era comprendido. El quiso quitar la raya imaginaria de separación que dividía su rebaño con la famosa frase popular “Este es de los nuestros, aquellos no “. En resumen que hermandad viene de hermano, y separar no es bueno, ni cristiano.
Había un monaguillo por aquel entonces que quería mucho al cura y también sufría esa molesta situación, como era difícil mantenerse neutral dicho monaguillo era nevero y contagiado de aquel pique tan insano, lo que este niño quería era que el siete de Octubre lloviera para que así no pudiera salir la procesión del la Virgen del Rosario y así les diéramos el famoso “revolcón “. Fijarse que disparate tan grande, que mentalidad se estaba formando a dicho niño un verdadero monstruito. Esta situación la viví tan de cerca, tan de cerca, que guardo ese recuerdo en mi mente como si lo viviera ahora… Ya que aquel monaguillo era yo.
Ya termino han pasado aproximadamente cuarenta años, había resplandecido la paz religiosa durante este tiempo, en aquel pueblo sevillano, pero al parecer vuelve a reverdecer ese cainismo religioso del que he intentado escribir a mi manera de ver. Y es que a veces las buenas intenciones no bastan.